domingo, 12 de enero de 2014

Tangentes / segunda


Infusión
16 / 30



Todo lo que circunda el fin de la vida me llena de escalofrío la espalda; ni siquiera estoy seguro de querer seguir hablando de eso. Desde niño, la obscuridad, la muerte y los fantasmas, me persiguen en las varias salas que he pisado. Y lo sabes muy bien.

Pero ahora, desde hace unos meses siento, como relámpago lejano, que me están mirando a la nuca, que me entierran cuchillos sin que pueda darme cuenta y que tras cada dentellada fiera me hacen menos vivo, menos de carne y hueso.

Hace poco leía que se ha descubierto, al fin, la manera más eficaz de comunicarnos con los muertos. Rayos X y transferencia de la energía, dicen. Yo pienso que el viento que se filtra por los ventanales del salón principal nos advierte que no debemos hacerlo. Para qué, si están ya fríos y nos siguen desde lejos.

Pero no sé, Luisa; una diminuta parte de mi, la más valiente, exige esta clase de reencuentros. Si Luis siguiera creciendo, teniendo muchas novias, muchos amigos, muchos sueños, no te hubieras alejado. Seguro seríamos los padres que deseábamos ser pocos días antes de casarnos. Lo estábamos logrando y preferiste otro sitio a estar con Pablo y conmigo. Nunca voy a olvidar el 9 de abril y nunca perdonaré tu silencio. 

Ayer tal vez sí eras tú la del vestido, y no te has ido y me vigilas recelosa. Pensándolo mejor, el vestido era negro y no rojo, y te pintaste el cabello y te quitaste el fleco. Dejaste de usar el rojo desde lo de Luis. El señor de la estación, ese peinado con gomina pegado a mi mente, te distrajo para que no vieras las fotos, pero las viste. Viste una. Vi tu cara. Sé que viste a Luis como no debíamos haberlo visto nunca.

Así han pasado dieciséis años y cinco imágenes tuyas. Tú en el río, tú en la panadería, tú cantando tus italianas, tú como fantasma, tú viendo esa foto de Luis. 16 años recordando tu rostro amable, hipnótico y silencioso.

...

Te gustará saber que, además de las ronchas, Pablo está bien y va a cumplir la misma edad que tenía Luis cuando lo hallaron junto al árbol. Quiere medicina, como el abuelo, pero tiene sus manías con la sangre, como yo.

...

Si algo es cierto, después de todo, es la distancia, Luisa. Cada orilla de nosotros, cada tangente forzándonos a vernos, cada lucidez en mis mañanas y cada despertar en la cama que se quedó vacía desde entonces, redunda siempre en Luis.

Por eso es necesario vernos.

Ven a la casa, Luisa. Toca la puerta.



(Fin de la segunda parte de la infusión 16)

Isa es un lienzo de Giorgio de Chirico

°16.2°

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