martes, 17 de diciembre de 2013

Gabriel y su pasado planetario


Infusión 12 / 30


(Antes, ¡dale play!)




Una noche estando muy niño, mientras afuera se agitaban los árboles y caía la tormenta del divorcio de sus padres, la misma fiera y triste noche que el búho del pino sembrado en casa perdió su nido, Gabriel y su pasado planetario comenzaron a espigar momentos:

a) cosechas de triunfos rotos
b) el sorteo para ser asignado a la Tierra
c) amores en Saturno olvidados
d) atardeceres cósmicos
e) lluvias de meteoros
f) ¡trigo en Marte!
g) el baile más famoso de salón rayando la Vía Láctea
y h) ese juego de canicas donde perdió con los nonatos neptunianos.

Eso, mientras el germen campeón de su padre fertilizaba a Gabriela que ya merendaba saliva arrebatada de placer y fuegos fatuos.

De allí en adelante, de la noche torcida en ramas, ventisca y trueno, de allí zarparon Gabriel y su futuro terrestre a la búsqueda inclemente de más momentos espaciales, como tratando de regresar al instante aquel en que fuera fecundado la misma noche de la alineación ancestral, mismos astros rodantes, misma temperatura extracorpórea.

Logró Gabriel después de muchos años de alquimia, error-acierto-frustración-experimento-bodasceltas, curar lo descompuesto: hizo, con la poca savia de los árboles muertos, una resina resistente que por decreto universal los devolvía al verdor en primavera; montó una moto por cinco continentes cuyo único impulso era el batir de alas de cien aves; reconstruyó manglares, sembró ciudades con semillas, edificó enredaderas enormes sin usar alambres, desaceleró el proceso de las frutas maduras logrando llevar a buen tiempo comida y sonrisa a sitios insospechados donde vive gente insospechada.

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Gabriel tenía el mundo a sus pies, siempre bien puestos en dar el siguiente asalto a la ciencia. Se había convertido en el mago moderno, mesiánica figura de esbeltas proporciones que aclamaban multitudes, que besaban animales, que cobijaban plantas.

¡Cuánto despojo de alma en una persona!, ¡cuánto de filántropo, de circo humanista!, ¡cuánto, don Gabriel, de arrebatarle el sueño a las ovejas viejas convertidas hoy en inmortales borriquillos!, cuánto de gracia en buscar el recuerdo aquel, allá tan arriba, más allá de telescopios, más allá de innumerables anémonas cristalinas colgando en la negra vastedad; cuánto, niño Gabriel, de obsesión en hallar el momento aquel cuando aún no había nacido. 

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Me voy, es foto de Lorena Carbonell

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